viernes, 27 de mayo de 2011

El viejo doctor y el joven

Medico de profesión, aunque también brujo-alquimista en sus horas libres. El pensaba que su función era salvar vidas, y así lo juro un día; pero usar para ello cualquier elemento a su alcance no le creaba ninguna contradicción de conciencia, ya fuesen plantas, hechizos o embrujos. Todo era bueno, a su entender, para aliviar las penas de humanos y animales que tenía por vecinos.

Era tarde-noche fría y lo único que ansiaba era llegar a su apartada cabaña y meter algo caliente para el cuerpo. Su fiel ayudante seguro que ya lo tenia al relente sobre la vieja estufa de fuego. Su maltrecha calesa esta vez no portaba una granja ambulante, como era la costumbre; ya que muchos pacientes agradecidos le pagaban sus servicios en espacies (vivas la mayor parte de las veces), o con lo que buenamente podían. Hoy iba ligera.

Sin embargo ni el, ni su viejo equino compañero de tantos viajes, acertaron a esquivar aquella roca, que por capricho de las ultimas riadas estaba en el sitio donde no debería haber estado. La rueda salto como poseída de su recorrido y fue a encajarse entre una raíz que afloraba y una roca de mayor tamaño que esta.

A pesar de sus intentos, a pesar de su búsqueda de una palanca con que izarla, ni tirando del bocado de su caballo y ayudando con sus escuetas formas pudieron sacarla del atolladero. Ya estaba pensando en desenganchar al pobre animal y darse un paseo imprevisto, cuando apareció un joven vigoroso y esbelto que se ofreció a echarle una mano que mas que dedos y brazos le pareció una bendición al cansado docto.

Dicho y echo, en un par de empellones la carreta estaba de nuevo en su rumbo. El medico agradecido no pudo por menos que invitarle a algún trago en su casa. Y para allá se dirigieron.

La charla entre ambos fue agradable, distendida y de alguna forma inesperada el cogió cariño al zagal despreocupado que tenía delante. Cosa rara dada su fama de huraño. En la despedida le prometió recompensar su actitud y sus servicios de alguna manera ya que su agradecimiento seguía vivo.

Ese otro día el tiempo era estupendo y nuestro joven se encontraba despreocupadamente esparramado entre flores y hierbas leyendo las nubes, sin otra cosa mejor que hacer. Y hasta el se acercó el ayudante del doctor: "perdone, me envía mi maestro para ofrecerle una medicina que ha elaborado para atajar las diarreas de forma eficaz, en la seguridad de que le será útil, o a su familia".

Diarreas, pensó el (riéndose para sus adentros), yo soy joven nunca tengo de eso. "Dígale al doctor que ya iré a por ella, hoy no me apetece moverme".

Otro día mientras abrevaba al ganado vio llegar de nuevo al ayudante que humildemente le comunicó: mi maestro esta trabajando en una nueva pomada para aliviar los dolores y querría que usted fura el primero en disponer de ella".

Dolores, pensó el (riéndose para sus adentros), yo soy joven aguanto el dolor como el que más. "Dígale al doctor que y la cojeré, hoy estoy muy ocupado".

Esta vez se encontraba en la taberna, bebiendo con cualquier forastero que invitaba a un trago, cuando apareció el eficiente ayudante para ofrecerle esta vez una cura para posibles fracturas. La respuesta y su actitud no varió mucho de las precedentes: "Dígale a su maestro que otro día me pasare a recogerla, hoy no me apetece mucho".

Pasaron los días y todo era normal, el otoño avanzaba ya gélido hacia el invierno y las lluvias de la jornada anterior auguraban una buena cosecha de hongos. En ello estaba nuestro engreído joven, que alardeaba de cuando en cuando de su amplio conocimiento micológico que le llevaba a veces al desprecio de sus ignorantes paisanos que solo recogían tan solo una o dos especies de las que la naturaleza les brindaba.

Ya se le hacia la boca agua con la cena gratuita que los bosques circundantes le ofrecían en cada ocasión. Al llegar a casa las limpió, lavó y cocinó acostándose con el estomago saciado y una media sonrisa en su rostro.

No duró mucho el descanso. A las dos o tres horas un agudo dolor intestinal le hizo salir como alma que lleva el diablo al establo para buscar alivio. Y la noche fue rica en carreras, idas, venidas y maldiciones. Una sola seta hermana de otra de gran valor culinario dio al traste con toda su sabiduría. Poco mas de dos días después de retortijones y ridículas carreras, comenzó a sentirse dedil y cansado como nunca lo había estado antes y recordó el obsequio del viejo doctor.

Aún así se dio hasta la noche de margen confiando en su vigor juvenil y pronta recuperación. Pero al anochecer no solo no mejoró, sino que ahora calambres, fiebre y vómitos se habían añadido a la lista de síntomas. Se abrigo con una raída manta y emprendió el camino a la residencia de la anciano.

El sentía que no avanzaba, sin embargo por dos veces tubo que desandar sus pasos, para volver al camino correcto. Él que conocía cada hormiga del camino. Su vista borrosa y su debilidad le llevaron a dar un traspiés que le precipitó violentamente a un barranco, que si bien no tenía mucho desnivel, si los obstáculos necesarios para provocar una ruptura en los huesos de su cadera y un corte sangrante en un hombro por gentileza de un afilado risco.

Realmente muy bien no sabia lo que había sucedido ni llegaba a entender de donde se encontraba. Sacando fuerzas de sus ya escasas reservas pidió auxilio desaforadamente. Unos gritos que el creía potentes pero que ni alarmaban a un lechuza posada dos arboles mas allá.

La luz y sus fuerzas se estaban disipando a la vez. No conseguía ponerse en pie y el frió iba adentrándose cada vez mas por los poros de la piel y los pelos de la cabeza. Aún algo de oxigeno le llegaba a su cerebro y recordó los obsequios que le ofrecieron, su utilidad y su soberbia.

Al día siguiente dos pastoras encontraron su azulado cuerpo y su amigo el doctor certifico su defunción. En el humilde funeral (todo allí era humilde),solo hicieron acto de presencia un cortador frio, un desvencijado cura de parroquia y su reciente amigo el viejo doctor. Fue breve.

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Nunca rechaces lo que un amigo buenamente te ofrece. La vida no se mide por años ni por horas; incluso ni por deseos, sino por acontecimientos.

para Y.P. (una amiga que nunca llegó a nacer)

© No me importa que copies mis palabras, la mala leche o el amor con las que nacen, me pertenece sólo a mi. 2011

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