miércoles, 30 de septiembre de 2009
Hola; ¿Qué haces?
sábado, 12 de septiembre de 2009
Era mi casa
martes, 8 de septiembre de 2009
La batalla de Pozuelo de Alarcón (Madrid)
Una rara habilidad
lunes, 7 de septiembre de 2009
Introducción
viernes, 4 de septiembre de 2009
¡No quiero mas sellos!
Andaba uno por aquí, en sus “cosas”, !ejem..¡, y he decidido darle un uso a la cabeza, ya que está no tenia otra cosa que hacer (aquí no es muy necesaria su colaboración).
Me ha asaltado la siguiente duda: ¿Cómo hacen que funcione y se mantenga este “tinglao” social?, ¿que mecanismos utilizan para tenernos a cada uno en “su” sitio?, ¿que armas acciona la sociedad para que seamos todos obedientes y sumisos?.
Bueno yo he llegado a la siguiente conclusión. No es que este probada científicamente ni sea la mas acertada, pero al fin en un lugar así cada uno puede sacar la suya, hay tiempo y tranquilidad suficiente para hacerla.
Teoría de los sellos:
Cuando aterrizamos en este mundo. Cada uno en su país, ciudad o pueblo. Además de “apechugar” con las reglas sociales correspondientes a la cultura dominante del momento histórico de nacer, le entregan a uno una cartilla.
Claro un recién nacido ni tiene ni idea de que hacer con un objeto así. No pasa nada, en el momento que abre los ojos y oídos ya se lo irán explicando, de eso se encarga la publicidad.
Los medios de comunicación (mención especial hecha para el ayudante por excelencia del “Gran Hermano” Orweliano, la televisión) utilizan a los padres para manipular a sus hijos, o viceversa. La mente de los “creativos” es tan enrevesada que a veces usan a los hijos para llegar a sus progenitores.
(desgraciadamente las personas que nacen con algún tipo de disfunción, anomalía o enfermedad no son “premiados” con este, su primer sello y tendrán muy comprometido el derecho a conseguir los sucesivos).
Una vez ya poseso del espíritu divino, el pobre niño va recibiendo mas sellos a condición de ir aprobando cursos de un “educación” cuando menos cuestionable. Si los tiene todos en su haber, ya puede acceder a uno de mas categoría el que le otorga una universidad cualquiera. Este sello es grandemente valorado por el sistema, no por su valor, ya que no suelen servir para mucho, pero si como objeto para mostrar orgullosamente en sociedad.
Ya entra usted en una edad “adulta” y los mensajes son más claros y directos. Por fin comprende que cuantos mas sellos mas feliz será, al menos eso le “venden” los charlatanes del sistema.
Empieza a creer que la esperanzada felicidad esta más cerca ya que posee gran número de sellos, pero aun necesita más. Un coche, por ejemplo, sin el no conseguirá el preciado galardón. Aquí si es directamente proporcional, cuanto mas grande sea el vehículo, más grande será el sello correspondiente.
Teóricamente tendrá su cartilla casi completa, pero siempre hay algunos “extra” para competir con sus vecinos. El ser un “borrego” seguidor de un club de fútbol le otorgará otro. Estos sellos adicionales varían de valor en función de la “categoría” de la asociación a la que pertenezca, así por ejemplo, no tendrá la misma valoración popular el pertenecer al Club de montaña de Vallecas (en Madrid) que ser miembro del Club Maritimo de San Sebastián (si ambos existen), ¡¡ donde va usted aparar ¡¡. Colaborar con una institución benéfica, ser funcionario, etc. Como dije estos son “opcionales”.
Pero cuidado, que también existen sellos “negativos” es decir aquellos que anulan la valía de los estampados en su brazo derecho. Si le “cascan” alguno en su brazo izquierdo por perdida de puntos en su carné de conducir, por tener antecedentes penales, por no ir a la moda; o por tener la desgracia de terminar en un centro penitenciario, o incumplir cualquiera de las arbitrarias leyes.Habrá perdido muchos sellos por los que tendrá que luchar denostadamente de nuevo, y nadie le garantiza que lo pueda hacer.
Bien, si ha sido “bueno”, solo necesita usted el último: un gran funeral en el día de su defunción. Si es ostentoso, mejor. Con el recibirá el ultimo y deseado sello y su cartilla se habrá completado, al fin. Ahora ya puede disfrutar de la Felicidad (así con mayúsculas) plena que durante tantos años bahía perseguido. Ahora ya es el merecedor de tan luchado triunfo. Ahora ya será la envidia de sus vecinos y le lloverán felicitaciones por todos los lados, incluso alguna condecoración por parte de los gobernantes. Felicitaciones, ya puede ser usted dichoso.
Sólo hay un pequeño problema: usted está muerto.
© No me importa que copies mis palabras, la mala leche o el amor con las que nacen me pertenece solo a mi. 2009
miércoles, 2 de septiembre de 2009
¿Fue alguna vez un viaje?
Desde que paramos a comer habíamos recorrido varios kilómetros de aburridas carreteras, oíamos música y apenas si hablábamos, la niña en el asiento trasero es normal que empezase a estar inquieta, aunque se distraía un poco con lo que veía alrededor, cualquiera mantiene a un diablillo mucho tiempo sentado.
Cogí el primer camino a la derecha y llegamos a una suave ladera sobre una pequeña playa, fue abrir el coche y no se sabe quien salio primero, si mi perra o la niña.
Me senté sobre la ondulante hierba, que como anémonas agitadas por las mareas bailaban al unísono, solo que era el aire el que hacia de medio marino; una brisa fresca que nos sumerio a todos los cabellos en el mismo ritmos de la pradera.
El suelo era blando, mullido y comprendí que era mi mar, la mar del norte. Me senté de cara a sus olas mientras tu dabas algún consejo a la niña mientras cerrabas su cremallera; la verdad es ella lo que necesitaba era correr, pero aguantaba sin mucha intención tu exceso de mimo.
Te acercaste hacia mí poco a poco, abrazándote a ti misma para pedirme un poco de calor sin abrir la boca, miraste otra vez a tu espalda, para comprobar que tu retoño seguía bien y te sentaste entre mis piernas, tímidamente al principio. Después comenzaste a arquear tu espalda, como lo hace un cachorro buscando el cariño de su madre hasta que mi pecho se acoplo a tu cuerpo. Juntaste mis muslos a los tuyos para que ni una pizca de calor se desperdiciase.
Te abracé por los hombros como lo hace una hiedra a su tronco de árbol, con energía pero sin asfixiarlo, por que sabe lo que depende de el. Tus manos colgaban de mi muñeca y mi brazo placidamente y tu cabeza desplazo la mía lo suficiente para apoyarse en mi cuello y acariciar mi cara con un presión suave.
Ahora que conseguiste la postura perfecta todo era lento baile de hierba alrededor, tus cabellos y los míos se enredaban y jugaban a algún juego extraño que solo el viento comprendía. Yo notaba como mi calor salía y entraba en ti si barreras, notaba como tu corazón buscaba el compás del mío hasta que solo hubo un latido.
Lógicamente no podía ver tu cara, pero cuando frote suavemente mi mejilla con tu cabeza sabía que reías. Una sonrisa limpia, blanda, y lo supe por que apretaste sutilmente mi brazo, para volver a relajar tu palma que extendiste de nuevo aun mas para abarcar nueva superficie. Era una sonrisa relajada, tendida sobre las olas exhaustas que regresaban suavemente a la mar. No había ni un solo músculo tenso en todo tu cuerpo e ibas dejando reposar todo tu dolor en mi pecho, poco a poco, lo justo para que la presión no me empujase de espaldas y me hiciese perder ese equilibrio perfecto.
Por primera vez desde que te conocí te sentí tranquila, en quietud, con fuerza, con alegría, y el lánguido sol resbalaba sobre ti casi sin tocarte, con todo el respeto de una tierna caricia.
Yo noté que cerraste los ojos una vez, mientras absorbías aire con lentitud pero profundamente, pero también sabía que no dejarías de controlar a tu cachorro por muy bien que te sintieses. Que era el reposo atento de un guerrero de paz, que sabe que mientras hay movimiento la lucha continua. Pero ni a ti ni a mi nos preocupaba nada, todo estaba bien.
Alguien con cara forjada en la embestida de las olas, y cicatrices de sal en sus arrugas pasó junto a nosotros, toscamente y educadamente oímos un “hola pareja” y siguió su camino sin darnos más importancia. Giraste tu cabeza sorprendida, le sonreíste y mostrándole tu palma le devolviste al saludo, luego, aprovechando el movimiento te ajustaste mas a mi, si es que eso fuese posible, y buscaste de nuevo el hueco de tu cabeza ahora con mas derecho.
No se cuanto tiempo estuvimos así en silencio, pero igual que una ardilla inquieta, saltaste de entre mis piernas para arropar a la niña y decirle que el recreo había terminado, cuando iba con mi perra hacia el coche, te acercaste a mi, te pusiste de rodillas delante, me miraste levemente, como para mostrarme tu sonrisa, y pusiste tus labios sobre los míos, calidos, esponjosos, y amantes; el tiempo suficiente para darme un “gracias” autentico, una esperanza. De esos que el tiempo nunca puede borrar de una mente que sea mínimamente sensible, tiraste de mis brazos para ayudarme a levantarme y sutilmente me encaminaste hacia mi puesto, el de conductor.
La niña tapadita y la perra desaparecieron al instante, las carreras por la playa pasaron rápidamente factura y dormían placidamente. Tu junto a mi fumabas un cigarrillo con la mayor calma que vi a nadie fumar en mi vida. Tu mano estaba ahora sobre la mía en la palanca de cambios, no apoyada sino flotando sobre ella.
Tu mirada estaba al fin en el asfalto, delante de nosotros, y tus yemas buscaban las venas del dorso de mi mano suavemente, como recorriendo carreteras infinitas de algún viaje soñado, de algún destino desconocido.
Recuerdos con alguien quiero y que nunca olvido
© No me importa que copies mis palabras, la mala leche o el amor con las que nacen me pertenece solo a mi. 2009
Unas palabras
Creo que fue un domingo, en realidad, da igual que dia de la semana que sucedió.
Acababa de doblar la enésima esquina cuando escuché una voz de niño diciendo: “…!anda¡, le pides dinero y te da un papel”. Como me pareció un comentario gracioso desande mis pasos para volver a asomarme a la esquina que acababa de pasar y vi como una madre acompañada de un marido rechoncho terminaba su operación en el cajero de un banco y recogía el “papel”.
“Es el recibo, hijo” aleccionaba a su churrumbel con voz cansina mientras este pasaba bajo mis pies respondiendo con un ¡Ah!, que son de esos “Ahs” que no sabes si son el principio de un “¡Ah!, ya lo sabia” un “¡Ah! De compromiso o un “!a … mi que me importa!” tan típico de su edad.
Me hizo gracia el comentario rutinario del señor rechoncho que como una letanía debía repetir unas veinte veces al día : “no corráis”. Cuando me esquivaron como una exhalación y comprendí que mas bien estaban entrenados para correr que para andar tranquilamente.
Iba a poner mis pies en el ultimo escalón de la Plaza Nueva ;se que era el ultimo porque cuando llegas a esas magnificas plazas amplias que hay en el centro de casi todos los cascos antiguos de las ciudades es como volver a nacer, salir de un útero oscuro para pasar a un mundo de luz que mas te vale te pille con las gafas de sol a mano. (Efectivamente era domingo, en mi ciudad solo este día de la semana hay sol). Cuando otro par de chavales me increparon de repente : “Señor vaya a decirle unas palabras a mi padre”, y lo repetían de nuevo mientras giraban en torno a mi.
La verdad es que no les hice mucho caso. Mientras, pensaba en lo mal que me sentaba la palabra “Señor”, uno que recién estrenaba los “cuarenta y tantos” y ya le llaman señor…
“Señor vaya a decirle unas palabras a nuestro padre, es un momentito”, no se todavía si me convencieron por su insistencia, su educación a la hora de hablarme o que revoloteaban tan exquisitamente a mi alrededor que en ningún momento se interfirieron en mi espacio vital que me encontré de nuevo retrocediendo agarrado de la mano del mas pequeño, que me enseñaba el camino con esa expresión de felicidad que da el trabajo bien hecho.
Cuando llegué al establecimiento de su padre me di cuenta que era de esos que se camuflan con los sucios sillares del entorno y que desde luego yo nunca habría reparado en que allí había una tienda de algo. Antes de entrar me largo el mayor un bolígrafo azul celeste cuyo caperuzón y cuerpo eran del mismo color, mientras me señalaba un grueso libro apoyado en una mesita a la izquierda de la puerta. Vi que se trataba de un libro de visitas o algo así, mientras lo inspeccionaba distraídamente destapé el bolígrafo pensando en que iba a escribir, con tan mala suerte que salio volando para caer en una vieja papelera contigua de esas antiguas, como de red de baloncesto pero con fondo.
Cuando me incline para recuperarlo y colocarlo en la parte de atrás del boli ,vi que en el interior de la papelera, sobre una montaña de bolas de papel, como de guiones desechados y arrugados, al menos dos bolígrafos rojos, uno verde y otro azul oscuro con toda la pinta de estar gastados, y con toda la pinta de ser un lote de esos comprados al por mayor, todos iguales y pensé: “caramba ,pues si que ha firmado gente”.
Me incliné sobre el grueso volumen y escribí: “unas palabras para su padre… con cariño, Yo”. La verdad es que no se me ocurrió nada mejor. Devolví el bolígrafo al chaval y me mostró la entrada como una sutil invitación. Entré dentro y comprendí que estaba totalmente mimetizada con las calles del entorno, aquí dentro no solo no eran necesarias las gafas de sol –como en los modernos comercios- sino que mas bien se agradecía algún punto de luz extra.
Llegue a unas escaleras cuyo desarrollo se notaba claramente que había sido hecho para ampliar el espacio de almacenamiento del piso inferior que para proteger la crisma de los torpes como yo. Cuando por seguridad me agarre a la barandilla palpe lo que mis pies ya habían palpado: la erosión que tenían los peldaños era como pisar en una bañera tras otra, ¿Cuántos zapatos habrían trabajado conjuntamente para diseñar esa forma de cuenco?.
Estaba en esos pensamientos cuando comprendí que era una antigua librería, de esas que las tapas de los libros aún no tenían colomines y menos color blanco, allí nada era blanco, a lo sumo “amarillento nicotina” si es que existe ese color.
Supe que era una librería no por que pudiese apreciar aun algún volumen, sino por que a medida que descendía por esas escaleras de caracol borracho iba entrando en mi nariz ese característico olor de papel, tinta y humedad mezclado a partes iguales.
Cuando pisé le suelo firme –que no lo era tanto- ya pude ver las vetustas estanterías de madera cuyo único tratamiento era el paso del tiempo, ya que no conocía pintura alguna que diese esa tonalidad distintiva a antiguo.
El caso es que había demasiado silencio cuando llegué a un cuarto en el fondo que hubo de hacer las funciones de despacho en cuyo suelo había los restos típicos de un ágape, es decir palillos y papelillos alfombrando la tarima de oscuro y curado roble. ¿Qué demonios hago yo aquí cuando ni soy un lector enfebrecido, ni había nunca pisado ese local? Me estaba preguntando cuando una luz (luz natural, claro, el resto de luces brillaba por su ausencia) me llevó al final del despacho que desembocaba en unas escaleras de piedra que bajaban aun mas a un patio soleado que tenía una salida a la calle. El estado de estas escaleras no hace falta describirlo, digamos que “usadas”.
Bajaba yo despacito y con la vista en cada peldaño que es lo que la prudencia aconsejaba cuando por la otra esquina apareció una pareja de unos cincuenta y tantos apresurados y gritando: “Don Severiano, Don Severiano”….
Cuando mire en al dirección que ellos lo hacían ,observé a un señor anciano que era arrastrado cariñosamente por una mujer joven (casado en segundas nupcias, pensé). Este al oír que lo llamaban giró su cabeza y alzando su mano derecha en la que portaba el sombrero saludó alegremente a las personas que lo llamaban.
Entonces si que me quedé con las ganas de haberle podido decir unas palabras a aquella persona. Su rostro amigable y rosado estaba recorrido por esas arrugas de expresión , esas que ahora todos se empeñan en borrar mediante modernas técnicas. Pero eran letras mas que marcas, ya que se podía leer con nitidez que su portador era un anciano alegre y jovial . Ojalá muchos planos de carreteras, con los que todos nos hemos perdido alguna vez, fuesen tan claros como los meandros de su piel.
La ternura que desprendía, esos ojos pequeños como de ratoncillo travieso y la felicidad que iba dejando tras sus pasos, me hicieron caer en la cuenta de que acababa de perder la oportunidad de conocer al ultimo hombre feliz que poblaba aquel casco viejo de la ciudad. Aquellas calles de tertulia, alegría discutidora y tiempo calmo que ya no volverían.
“Adios, Don Severiano”, murmuré en bajito, para no hacerle perder mas tiempo ya que tenía el típico aspecto de persona que llega tarde a todos los sitios.
© No me importa que copies mis palabras, la mala leche o el amor con las que nacen me pertenece solo a mi. 2009
Entradilla
El sufrimiento del amor
Este silencio (que me has impuesto) me ha hecho darme cuenta de cuanto te necesito, de que mi amor por ti es mucho más grande de lo que pensaba. No puedo dejar de mirar el móvil o el correo para tener alguna noticia tuya. Me pregunto si tú estarás pasando lo mismo que yo, si en realidad en algún momento te acuerdas de mí o simplemente es lo que no quieres.
En realidad no se absolutamente nada de cómo te sientes, de si te ayudo en algo o por el contrario te molesto. No se que te esta pasando por la cabeza, no se porque tanto tiempo sin una sola palabra tuya.
No entiendo por que no quieres compartir conmigo tus sentimientos, sean buenos o no."
... ya ves amada, en la vida hay todo tipo de sentimientos, formas de expresarlos.
Hasta otra, tu querido Sir.
© No me importa que copies mis palabras, la mala leche o el amor con las que nacen me pertenece solo a mi. 2009