miércoles, 2 de septiembre de 2009

¿Fue alguna vez un viaje?

Desde que paramos a comer habíamos recorrido varios kilómetros de aburridas carreteras, oíamos música y apenas si hablábamos, la niña en el asiento trasero es normal que empezase a estar inquieta, aunque se distraía un poco con lo que veía alrededor, cualquiera mantiene a un diablillo mucho tiempo sentado.

Cogí el primer camino a la derecha y llegamos a una suave ladera sobre una pequeña playa, fue abrir el coche y no se sabe quien salio primero, si mi perra o la niña.

Me senté sobre la ondulante hierba, que como anémonas agitadas por las mareas bailaban al unísono, solo que era el aire el que hacia de medio marino; una brisa fresca que nos sumerio a todos los cabellos en el mismo ritmos de la pradera.

El suelo era blando, mullido y comprendí que era mi mar, la mar del norte. Me senté de cara a sus olas mientras tu dabas algún consejo a la niña mientras cerrabas su cremallera; la verdad es ella lo que necesitaba era correr, pero aguantaba sin mucha intención tu exceso de mimo.

Te acercaste hacia mí poco a poco, abrazándote a ti misma para pedirme un poco de calor sin abrir la boca, miraste otra vez a tu espalda, para comprobar que tu retoño seguía bien y te sentaste entre mis  piernas, tímidamente al principio. Después comenzaste a arquear tu espalda, como lo hace un cachorro buscando el cariño de su madre hasta que mi pecho se acoplo a tu cuerpo. Juntaste mis muslos a los tuyos para que ni una pizca de calor se desperdiciase.

Te abracé por los hombros como lo hace una hiedra a su tronco de árbol, con energía pero sin asfixiarlo, por que sabe lo que depende de el. Tus manos colgaban de mi muñeca y mi brazo placidamente y tu cabeza desplazo la mía lo suficiente para apoyarse en mi cuello y acariciar mi cara con un presión suave.

Ahora que conseguiste la postura perfecta todo era lento baile de hierba alrededor, tus cabellos y los míos se enredaban y jugaban a algún juego extraño que solo el viento comprendía. Yo notaba como mi calor salía y entraba en ti si barreras, notaba como tu corazón buscaba el compás del mío hasta que solo hubo un latido.

Lógicamente no podía ver tu cara, pero cuando frote suavemente mi mejilla con tu cabeza sabía que reías. Una sonrisa limpia, blanda, y lo supe por que apretaste sutilmente mi brazo, para volver a relajar tu palma que extendiste de nuevo aun mas para abarcar nueva superficie. Era una sonrisa relajada, tendida sobre las olas exhaustas que regresaban suavemente a la mar. No había ni un solo músculo tenso en todo tu cuerpo e ibas dejando reposar todo tu dolor en mi pecho, poco a poco, lo justo para que la presión no me empujase de espaldas y me hiciese perder ese equilibrio perfecto.

Por primera vez desde que te conocí te sentí tranquila, en quietud, con fuerza, con alegría, y el lánguido sol resbalaba sobre ti casi sin tocarte, con todo el respeto de una tierna caricia.

Yo noté que cerraste los ojos una vez, mientras absorbías aire con lentitud pero profundamente, pero también sabía que no dejarías de controlar a tu cachorro por muy bien que te sintieses. Que era el reposo atento de un guerrero de paz, que sabe que mientras hay movimiento la lucha continua. Pero ni a ti ni a mi nos preocupaba nada, todo estaba bien.

Alguien con cara forjada en la embestida de las olas, y cicatrices de sal en sus arrugas pasó junto a nosotros, toscamente y educadamente oímos un “hola pareja” y siguió su camino sin darnos más importancia. Giraste tu cabeza sorprendida, le sonreíste y mostrándole tu palma le devolviste al saludo, luego, aprovechando el movimiento te ajustaste mas a mi, si es que eso fuese posible, y buscaste de nuevo el hueco de tu cabeza ahora con mas derecho.

No se cuanto tiempo estuvimos así en silencio, pero igual que una ardilla inquieta, saltaste de entre mis piernas para arropar a la niña y decirle que el recreo había terminado, cuando iba con mi perra hacia el coche, te acercaste a mi, te pusiste de rodillas delante, me miraste levemente, como para mostrarme tu sonrisa, y pusiste tus labios sobre los míos, calidos, esponjosos, y amantes; el tiempo suficiente para darme un “gracias” autentico, una esperanza. De esos que el tiempo nunca puede borrar de una mente que sea mínimamente sensible, tiraste de mis brazos para ayudarme a levantarme y sutilmente me encaminaste hacia mi puesto, el de conductor.

La niña tapadita y la perra desaparecieron al instante, las carreras por la playa pasaron rápidamente factura y dormían placidamente. Tu junto a mi fumabas un cigarrillo con la mayor calma que vi a nadie fumar en mi vida. Tu mano estaba ahora sobre la mía en la palanca de cambios, no apoyada sino flotando sobre ella.

Tu mirada estaba al fin en el asfalto, delante de nosotros, y tus yemas buscaban las venas del dorso de mi mano suavemente, como recorriendo carreteras infinitas de algún viaje soñado, de algún destino desconocido.

Recuerdos con alguien quiero y que nunca olvido

© No me importa que copies mis palabras, la mala leche o el amor con las que nacen me pertenece solo a mi. 2009

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